No pasa nada. La frase, dicha a media mañana de cualquier día en una redacción cualquiera, encierra, ciertamente, una falacia. Refleja, apenas, la potencial e inconsciente frustración de los periodistas de estar ante la ausencia de un acontecimiento impactante, que rompa la rutina y la monotonía de un diario chato, en el que apenas se pueden distinguir unas pocas noticias por sobre la medianía de la realidad.
Para colmo, la radio y la televisión ya machacan, hasta el cansancio, sobre los pocos asuntos que están instalados en la agenda periodística, marcada casi siempre a esa hora por la reinvención, a través de repercusiones y reacciones, de noticias ya conocidas porque fueron publicadas, antes, en los diarios que, a su vez, no distinguieron mucho sus ediciones de lo que los medios audiovisuales habían instalado hasta bien entrada la noche anterior.
Esa espiral informativa termina plasmada, la mayor parte de los días del año, en cientos de centímetros de columna que reproducen una y otra vez algunos de los costados noticiosos de la realidad.
No pasa nada implica, para los editores de diarios, un planeamiento cuyo principal desafío consiste en descubrir informaciones atractivas e interesantes, capaces de atraer al lector hacia su sección. En verdad, algo está pasando en algún lugar que interesa a alguien. Pero ¿a cuántos cautiva? ¿Cuántas personas encontrarán esa noticia lo suficientemente trascendente para su vida como para ejercer el voluntario acto de comprar un periódico y, más esforzado aún, leerlo?
En realidad, gran parte de los lectores continúa teniendo al diario como una referencia a partir de la cual forman su propia opinión, como un ordenador de un mundo lleno de sucesos inconexos.
Sea por los niveles de credibilidad que le asigna, sea por hábito adquirido a través de años, sea por necesidad de comprender una realidad para compartirla con los demás, el papel entintado es todavía un vehículo apto para circular en las cada vez más atestadas carreteras de la información.
Sin embargo, está totalmente probado: en momentos de crisis, ciudadanos que no cultivan el hábito de la lectura se suman a los que, por alguna de aquellas tres razones, lo conservan. Y juntos avanzan en el intento por entender las causas y los efectos de esos momentos en los que la historia –no importa si local, nacional o internacional– provoca un quiebre.
Pero en los días de paz, el desafío de los periodistas es enorme. Ante la sobreabundancia de información que circula en el mercado, la selección de las noticias constituye una tarea ardua y por momentos desgastante.
Para peor, deja al día siguiente cierto sabor amargo porque nunca, absolutamente nunca, logrará complacerse a todo el público.
Ramón Salaverria, de la Universidad de Navarra, lo pone en estos términos: El periodismo es una profesión muy repetitiva, basada en la reiteración cíclica de ciertas rutinas que, si bien garantizan la compleja tarea de responder diariamente al reto de elaborar un producto informativo, esconden sin embargo el peligro de convertir al periodista en un profesional acomodadizo, desmotivado y desidioso. Por eso, los periodistas aman los sobresaltos[1].
[1] SALAVERRIA, Ramón. Los cibermedios ante las catástrofes: del 11S al 11M. Versión provisional de la ponencia para el XIX Congreso Internacional de Comunicación, “La comunicación en situaciones de crisis: del 11M al 14 M”, Facultad de Comunicación, Universidad de Navarra, Pamplona, 11 y 12 noviembre 2004.
No comments:
Post a Comment