Pero como la sociedad tiende a darse su propia organización y a exhibir sus intereses por encima del interés de los gobiernos, aparece el “poder blando”: (los medios) son los que, al menos hasta el momento, seleccionan y amplifican los problemas que acaban preocupando a los ciudadanos y los que, de una forma difusa, acaban conformando la opinión y la toma de posición de los ciudadanos. Por tanto, entender el comportamiento de los medios es fundamental para comprender la respuesta ciudadana a las catástrofes.
El punto central para el periodismo está en determinar el grado de utilidad de los datos que obtiene de las fuentes; cuánto éstas ocultan y cuánto tergiversan; cuán validadas están para ofrecer información, y el impacto social de las noticias que se vuelquen en la cobertura.
En general, es inevitable la tendencia de las fuentes por minimizar los impactos de una situación dramática. Esto tiene ligazón con la imposibilidad de brindar respuestas inmediatas a demandas sociales que, siempre en estos casos, son fuertes. El Estado suele estar demasiadas veces desvalido o desarmado para hacer frente a las crisis imprevistas.
Además, a menudo las fuentes que tienen legitimidad para informar sobre determinado evento son las mismas que están ocupadas encabezando los operativos que demanda la situación, por lo cual la vocería queda vacante.
El problema del tratamiento las fuentes quedó de manifiesto de forma patética a partir de los atentados del 11 de marzo de 2004, cuando un grupo terrorista voló trenes en la estación madrileña de Atocha.
Entonces, el prestigioso diario El País tituló su edición extraordinaria “Matanza de ETA en Madrid”. No era que los editores del periódicos tuviesen pruebas independientes sobre la autoría del ataque de parte de la banda armada separatista, sino que fueron influidos por el entonces jefe del Gobierno, José María Aznar.
Minutos antes del cierre, un alto funcionario llamó a la redacción y atribuyó el atentado a ETA. Más tarde, el propio Aznar se comunicó con directivos del diario para ratificar la información. El título original “Matanza terrorista en Madrid” mutó por “Matanza de ETA en Madrid”.
El compromiso de transparencia hubiera exigido atribuir esa información al Gobierno en lugar de asumirla con un enorme titular a toda plana, se lamenta hoy el director Jesús Ceberio[1]. Ese grave error –reconoce– no es enteramente atribuible a la fuente, sino a la falta de aplicación de una mínima cautela profesional. No hay fuente, por privilegiada que sea, que no exija contrastes adicionales.
Lo que vino a partir de ese momento es historia conocida: apenas tres días después, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), de la mano de José Luis Rodríguez Zapatero y con el voto de millones de españoles, desalojaba del gobierno al Partido Popular de Aznar.
Veamos otro ejemplo: en momentos en que las aguas desbordadas del lago Pontchartrain inundaban Nueva Orleáns y causaban más daño que los vientos del huracán Katrina, que había dado origen al desastre, las autoridades estadounidenses explicaban a la prensa sus acciones desde Washington. En la ciudad devastada, el alcalde clamaba: “Mientras el gobierno federal da conferencias de prensa, la gente se muere (…) No tienen ni idea de lo que está pasando aquí”.
En efecto, la información que se brindaba desde la capital poco tenía que ver con la realidad de Nueva Orleans. Y esta situación no fue excepcional: en momentos de crisis, rara vez las autoridades instalan sus comandos en el lugar de los hechos. Antes bien, prefieren el manejo desde una oficina, lo cual distorsiona la visión que se ofrece de los hechos.
Pero estar en el lugar tampoco garantiza al periodista que obtendrá datos certeros. Siempre habrá merodeando personas interesadas en minimizar el caos real o en tornarlo infernal, mediante versiones que llegan hasta el paroxismo. En el medio, habrá un camino por el que transite la verdad.
[1] Verdad, la condición necesaria del periodismo. Seminario Internacional. Diario Clarín. Suplemento especial. 7 de julio de 2005.
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