La neutralidad adoptada por la BBC, la red pública británica, tal como había sido planteada mucho antes del 7-J[1], mereció objeciones de parte de destacados especialistas, como Giovanni Sartori, quien ataca la manipulación del lenguaje de esa red[2]. Para la red difusora británica, los terroristas irlandeses son “criminales”, los palestinos son “militantes”, los islámicos de Londres del otro día son “bombers”. Y después dicen que los medios de comunicación masiva simplifican demasiado. En este caso, en cambio, “sofistican” y mistifican, cuestiona Sartori.
Y adopta una postura cáustica: Una vez lanzada por esta pendiente, la BBC no podrá detenerse con la eliminación de la palabra terrorismo (que suscita, señalo, emociones negativas). Con el mismo criterio deberá expurgar de su vocabulario la palabra paz (culpable de despertar un escandaloso fervor apreciativo). Y tampoco "guerra" funciona bien: mejor sustituirla por la expresión más ascética de “disenso armado”. Y lo mismo ocurre con cientos y cientos de palabras.
El periodista Carlos Schilling lo planteó de otra manera: La pregunta que se impone a los medios es hasta qué punto es posible seguir la lección de pudor de la TV inglesa sin perder los reflejos periodísticos y la credibilidad ante el público. ¿Ese es otro frente que abre el terrorismo?[3]
La discusión se reabrió apenas un par de meses después, gracias al huracán Katrina. Las cadenas de televisión estadounidenses optaron por un dramatismo sin límites. Así lo plasmó la periodista Natalia Martín Cantero, en un despacho de la agencia de noticias EFE difundido el 30 de agosto, a las 15.31 hora argentina:
Con reporteros a los que se lleva el viento, toneladas de animaciones elaboradas con avanzada tecnología y dramáticos vídeos repetidos una y otra vez, los huracanes son uno de los grandes temas de las cadenas de televisión.
Es indudable que el huracán Katrina ha dejado un rastro de muerte y destrucción, con al menos 67 víctimas fatales y pérdidas económicas multimillonarias. Pero la acción de Katrina, por temible que sea, difícilmente se puede comparar con la del mortífero maremoto que abatió Asia a fines de diciembre del año pasado, causando la muerte de más de 200.000 personas. Esto es, sin embargo, lo que hicieron las cadenas de televisión por cable de EEUU en sus emisiones del domingo, cuando vaticinaron una tragedia de dimensiones bíblicas y, entre otras cosas, el final de la ciudad de Nueva Orleans, que iba a desaparecer tragada por las aguas.
Y es que, cuando se trata de una catástrofe, todo el dramatismo parece poco. A las cadenas de televisión, parece no bastarles la amargura de la propia realidad y han de colocar a sus reporteros en el ojo del huracán para que, a la angustia natural del momento, el televidente añada la de preguntarse por el bienestar del locutor que ha de agarrarse a las farolas para que no se lo lleve el viento.
Días después, se advertiría que el dramatismo exacerbado se acercaba, de modo muy dramático, a la realidad. Aun así, el martes 8 de septiembre un funcionario de la agencia federal de emergencias (Fema, por sus siglas en inglés), Mark Pfeifle, sugirió a las agencias de fotografías que no mostraran cadáveres, aunque se preocupó en aclarar que era una “sugerencia”, porque la responsabilidad final era de los editores. Pasaron muchos días y, al parecer, la indicación surtió efectos: entre miles de imágenes de destrozos y personas que habían perdido sus hogares, no se observó ningún cuerpo.
Si la historia encierra muerte, ¿se puede documentar sin mostrarla? De la censura sugerida a la autocensura inducida no hay siquiera un paso de distancia.
Como fuere, éste es un debate que está lejos de saldarse y frente al cual los diarios gozan de los beneficios del tiempo a su favor, frente a una televisión que pretende siempre estar allí, donde los hechos ocurren y cuando los hechos están ocurriendo.
El mínimo período de reflexión del que puede beneficiarse un periódico permite una utilización más pulida del lenguaje, para un relato alejado del dramatismo de las coberturas en vivo, y una selección más adecuada de las imágenes, a fin de dejar de lado aquellas cuya truculencia podría herir la sensibilidad de los lectores.
Sin embargo, ¿es posible sustraerse a la crueldad transmitida al instante con imágenes blancas, es decir desteñidas de sangre, muchas horas después del acontecimiento?
La tentación es grande y difícil de vencer. Pero el resultado está ligado de manera indisoluble a la línea de conducta del medio, siempre anterior al momento en que estallan las tragedias.
[1] BBC. Editorial Guidelines. Section 7 - Crime & Anti-Social Behaviour. “Our reporting of crime and anti-social behaviour aims to give audiences the facts in their context. It must not add to people's fears of becoming victims of crime when statistically they are very unlikely to be so”. Disponible en Internet. http://www.bbc.co.uk/guidelines/editorialguidelines/
[2] SARTORI, Giovanni. El terrorismo y las ilusiones peligrosas. Diario Corriere della Sera, traducido y reproducido por La Nación, de Buenos Aires. 26 de julio 2005.
[3] SCHILLING, Carlos. La sangre se mantuvo fuera de las cámaras. La Voz del Interior. Página 14. 8 de julio de 2005.
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